Decimosexto capítulo- LA IMPORTANTE EN PELIGRO
Decir que sus manos no me hacen daño y que no acaban conmigo,
sería decir la mentira más grande del mundo. Porque es así, sus manos me aprietan
el pecho con fuerza y me dejan ahí un fuerte dolor. Después me araña las
piernas con las uñas dejando allí por donde pasan unos arañazos que dejan salir
sangre. Cuando me suelta, me desplomo en el suelo, incapaz de poder moverme.
Por el rabillo del ojo puedo ver como acaba de inmovilizar a Alek también. Ella
también me mira a mí. Intento pronunciar un “lo siento”, pero no me salen las
palabras, ni siquiera muevo los labios. Pero mis ojos sí que muestran ese
sentimiento, y ella lo ve. Y mueve su cabeza débilmente negando lo que digo yo.
Pero no puedo replicar, tan sólo dejo que una lágrima se desprenda de mis ojos.
Ahora que veo al chico, lo reconozco. Y sé que tengo toda la
culpa. Toda de todo. Esa sudadera azul la reconocería en cualquier parte,
aunque esté de espaldas.
Coge a Alek en brazos, que se encuentra en el mismo estado
que yo. Y la posa a mi lado. Nuestros brazos se tocan, igual que nuestras
piernas. Y hago un esfuerzo, igual que ella lo ha hecho por mí al mover la
cabeza, para cogerle de la mano. Entrelazamos los dedos porque es la manera más
fácil que tenemos para poder hacerlo. El chico joven esbelto de sudadera azul
camina hasta rozarnos sus pues con nuestras cabezas. Nos coge de los hombros y
nos levanta la espalda de manera que quedamos sentados. Ese movimiento me
produce tal dolor que no puedo reprimir un gruñido. Alek, en cambio, supera el
dolor apretándome la mano. Y aunque me duela, me proporciona la mínima
seguridad que puedo sentir ahora mismo.
Y, de repente empieza a bordear nuestros troncos con una
cuerda que no recuerdo haberla visto antes. La aprieta con fuerza y tengo que
apretar los dientes para no gritar de dolor. Aunque, después de darle
incontables vueltas a nuestros cuerpos, que se ajuntan aún más por la fuerza de
la cuerda, no logro soportar el apretón del último nudo. Y chillo, con fuerza.
Yo chillo mientras Alek tan sólo emite un gruñido poco sonoro. E intento
callarme lo antes posible. Pero este dolor es insoportable, aunque consigo que
el grito se convierta en una queja muda.
El chico nos suelta y por el peso de nuestros cuerpos los dos
volvemos a caer de espaldas, a la vez, aunque no podría ser de otra manera. Veo
moverse un poco la sudadera azul hacia mi lado. Se arrodilla y pone su cara
cerca de la mía. No me siento incomodado, pues tengo otros problemas, como este
dolor insufrible que va a acabar conmigo. No nos quiere matar, al menos de
momento. Y no sé si eso es bueno o malo.
Después de estar observándome unos segundos con esos ojos
grises, susurra mientras se toca el pelo castaño y ondulado.
-
Eres
diferente… Pero… No puede ser…- Y de seguida niega con la cabeza y se levanta,
coge lo que sobraba de cuerda y acaba la conversación con una voz potente-
Vamos. Que pensabais hacer, ¿eh? Los soñados no van nunca por aquí si no es
para buscar algo en concreto. El tribunal sabrá qué hacer con vosotros.
Y nos empieza a arrastrar por el enorme hueco que se ha
creado ahora. Y me doy cuenta de lo larga que es la maldita cuerda. Nos
arrastra y todos los bultos del suelo, palitos que se me clavan por todas
partes, las hojas que me raspan y el resto de cosas que hay, es como si fuera
muriendo poco a poco. Alek y yo seguimos agarrados de la mano. La miro. Ya me
estoy acostumbrando al dolor. Y veo como llora en silencio, como llora
desconsoladamente, y tengo ganas de abrazarla. Le aprieto la mano para que sepa
que estoy aquí, con ella. Me mira, y me niega con la cabeza de nuevo. Y sigue
llorando. Llora. Llora durante todo el
camino. Y eso hace que me duelan todas las heridas aún más. E incluso se crea
otra nueva, y esta sí que me mata bien matado.
Pierdo la noción del tiempo. Para mí ha pasado una eternidad,
aunque creo que en realidad sólo diez minutos han pasado. Pero cuando Alek
habla, se detiene el tiempo durante un momento.
-
Lo
siento…- susurra de tal manera que sólo yo la escucho.
Y seguimos
el camino. Intento reprimir las lágrimas, aunque no sé si lo he conseguido,
pues entre el dolor y el saber que posiblemente estamos a punto de morir los
dos, pocas cosas sé ahora mismo. Sólo tengo en mente a Alek, y su muerte segura
cuando nos eche de aquí el tribunal…
Avanzamos
por el bosque un poco más, hasta que llegamos a un claro enorme de hierba bien
cuidada, cortada a la perfección y recién regada. Dejo ir un suspiro. Menos
mal, no creo que hubiese podido soportar este dolor durante mucho tiempo más. Y
ahora que nos deslizamos sobre la suave hierba, me siento como en una nube. Al
menos mi cuerpo, porque mi mente está llena de mil demonios.
Mi mirada
sigue fija en Alek. No sé por qué sigo mirándola, pues eso tan sólo me produce
más dolor. Pero no puedo dejar de hacerlo. Simplemente no puedo. No sé por qué,
pero todo mi yo se niega a hacerlo.
Y de repente
nos paramos. Desde aquí sólo puedo ver lo que hay a las espaldas del chico de
sudadera azul. Escucho unos pitidos cortos y agudos, seguidos de un sonido
metálico arrastrado.
Y seguimos.
Pero cuando sólo hemos recorrido unos centímetros, noto como el suelo se va
volviendo más frio. Y unos segundos después, nos encontramos en una habitación
de suelo liso y gris y de paredes blancas impolutas. Hay algunos sofás negros
pegados a la pared, en frente de un mostrador. Nosotros vamos por una puerta a
la derecha. Y un pasillo larguísimo y ancho. Vamos dejando atrás puertas y más
puertas negras. Miro a Alek ahora que esta imagen se ha vuelto tediosa a causa
de lo largo que es el pasillo. Ya no llora. Mantiene la mirada perdida en
ninguna parte, ensimismada en sus pensamientos. No sé qué es peor, si que llore
o que piense demasiado…
Nos
detenemos de golpe. El dolor se ha intensificado, pero lo soporto mejor ahora,
ya que me voy acostumbrando. Y de vuelta esos leves pitidos y el sonido
metálico arrastrado que va a continuación. Sin embargo, este sonido me resulta
más terrorífico que el otro. Entramos en la habitación, esta vez toda negra,
suelo y techo incluidos, iluminado tan sólo por una pequeña luz enganchada al
techo que parpadea. El chico de ojos grises nos lleva hasta el centro y nos
suelta de mala gana, a lo que respondemos con un gruñido. Ni siquiera nos mira
antes de irse, sólo nos dice:
-
Dentro
de un rato vendré a buscaros. Pero no confiéis en vuestra vida, o en salir de
esta habitación.
Finaliza la
conversación con un ruidoso portazo metálico. Y todo queda un poco oscuro, pero
esta vez sí que nos vemos claramente. Yacemos tumbados uno al lado del otro
durante un minuto. Se está a gusto aquí comparándolo con ser arrastrado por
todo el bosque. Pero tenemos que hacer algo con nuestras heridas si no queremos
que muramos por una infección.
-
Era
el cazador de esencias, ¿verdad?- pregunto aunque ya sé la respuesta.
-
Sí-
responde ella simplemente.
-
¿Y
ahora qué hacemos? ¿Era esto lo que decías que teníamos que evitar
completamente?- mi voz es monótona y parezco idiota preguntando una cosa tan
evidente como esa.
-
No
lo sé. Y sí.
Escucharlo
de la boca de Alek hace que me sienta aún más culpable.
-
Lo
siento, Alek. Ha sido culpa mía. Si yo no lo hubiese mirado con aquella
desconfianza… Si no me hubiese visto no nos hubiese seguido.
-
No,
Alek, nada es culpa tuya- dice de inmediato y demasiado segura.
-
Te
equivocas. Des de que he llegado aquí todo es por mi culpa…- y me arrepiento de
haberlo dicho cuando acabado de decir la última palabra. No quiero dar pena a
nadie.
-
Ales,
no- dice tan rotundamente que consigue que no replique más.
Y de nuevo
el silencio. Pero no dura mucho más. Un suave sonido de desgarro llega a mis
oídos.
-
¿Qué
haces, Alek?
-
Romperla
cuerda. Todavía tengo un cuchillo que cogí antes de ir llegar a Althaea. Lo
cogí por si acaso y nos va a resultar más útil de lo que pensaba.
Sonrío, y
después me rio bajito. Dios… menos mal. Esta chica es impresionante.
Sólo tarda
unos segundos en romper todas las cuerdas. En cuanto acaba de hacerlo, me
siento en el suelo y me estiro. Aunque me duela todo, es mayor el placer de
volver a estar libre. Abrazo a Alek de la alegría. Pero ella no me devuelve el
abrazo, al contrario, me aparta de ella.
-
Ales…
Te tengo que contar una cosa. Y no te va a gustar. Y no vas a entender nada. Y
me vas a despreciar. Pero prometo explicártelo cuando estemos en un lugar
seguro. Pero esto necesito contártelo yo antes de que te enteres por el
tribunal.
El bello de
los brazos se me pone de punta. La miro a los ojos para que sepa que confío en
ella plenamente.
-
Tú
eres la esencia. La esencia más importante, la que no existe pero que existirá.
Ya existe, Ales. Eres tú. La esencia de la pureza.