Decimoprimer capítulo- SOY DÉBIL
Todo se desprende, desaparece y nosotros caemos. Como si
jamás nada haya existido. Ahora ya no está la arena, ni las dunas, ni el yo
malvado, ni la mujer que gritaba. Nada. Y caemos a una velocidad y a una
distancia tremenda. Busco a Alek con las manos mientras caigo. Al fin y al cabo
ella es la que más sabe sobre este lugar, así que estaré más a salvo con ella.
Pero está a un metro de distancia de mí ahora. Y cae, de cabeza. Dios, se va a
matar. El suelo se acerca. Yo caigo de pie, más o menos. Alek sigue boca abajo
y me desespero. Pero no me da tiempo a hacer nada, y aunque lo hubiese tenido
tampoco hubiese podido.
Y llego al suelo. Pongo las manos por delante para detener el
impacto, lo que me produce un dolor que me hace arrepentirme de seguida de
haberlo hecho. Miro hacia adelante, a unos veinte metros empiezan a aparecer
los primeros edificios de la ciudad. Aquí solo hay asfalto, lo que, la verdad,
no ayuda nada a que no aparezcan heridas en la piel. Cuando estoy girando la
cabeza para ver qué hay detrás de nosotros me topo con la mirada de Alek. Está
ahí. Sin daños siquiera. Solo se sujeta el hombro dolorido, pero ya está,
ningún rasguño más. En cambio, yo, cuando me levanto, veo que la sangre de mis
rodillas manchan el pantalón. También tengo algunos rasguños por los brazos,
pero no me duelen mucho. Lo que más me preocupa ahora mismo es el dolor de las
muñecas. Es insoportable.
-
¿Estás
bien, Ales?- me pregunta, aunque ya se ve que no lo estoy.
-
No
mucho. Me duelen mucho las muñecas- respondo, poniendo una mueca de dolor.
Antes de que pueda preguntar por ella, se coge el hombro
izquierdo con la mano derecha, y lo mueve para distintos lados. Escucho sus
huesos rozarse mientras se vuelven a colocar en su sitio y no puedo evitar
gritar cuando ella lo hace. Pero después ya está, vuelve a estar perfecta.
¿Cómo ha podido aterrizar tan bien con lo mal que caía? No explica, y yo
tampoco pregunto, pues me duelen demasiado las muñecas. Alek se recupera de
seguida.
-
Bien,
dame esas manos, Ales- me ordena acercándose.
-
Espera-
Y me escondo las manos detrás de mí.- ¿Qué vas a hacerme?
Alek pone los ojos en blanco.
-
Voy
a volver a colocarte los huesos de las muñecas donde tienen que estar.
Vuelvo a enseñar las manos.
-
¿Y
duele?
Pero antes de que pueda exigirle una respuesta o cualquier
otra cosa, coge mis muñecas y hace lo mismo que había hecho ella con su hombro.
-
¡Aaaaaah!-
grito, y no es exagerado mi dolor.
Un dolor intenso invade toda mi mano por un momento. Un dolor
insoportable. Se me cae una lágrima de un ojo mientras ella tiene mis manos.
Pero después noto un alivio que me hace suspirar. Aun siento un poco de
molestia, pero nada comparado con antes.
-
Gracias-
Es lo único que digo, aunque tendría que disculparme también, pues me he
comportado como un niño pequeño.
Una duda me asalta la cabeza y tengo que formularla sino
quiero morir por la curiosidad.
-
¿Por
qué ha desaparecido todo?
-
Se
ha ido a Althaea. Los componentes del sueño se han esparcido por la gran ciudad,
como ya te he dicho antes.
Me siento estúpido. Pero no tenemos tiempo. Antes de poder
hacer nada más, Alek habla, mientras echa a correr.
-
Venga
va, Ales, tenemos poco tiempo y mucho que buscar.
No replico, porque estoy de acuerdo con ella. Así que corro
con ella hasta que llegamos al primer edificio. Allí empezamos a caminar, pero
con paso ligero. Me cuesta seguirle el paso, pues todo es tan… impresionante…
Delante de mí se paran una mujer de unos treinta años y un
hombre de unos sesenta.
-
¿Sabes
dónde está el hotel “Dark”? Tenemos prisa, por favor, ¿dónde está?
Me queda mirándolos, sin comprender nada. Pero… ¿qué?
-
No-no
sé dónde está. Yo es que…
-
Por
favor dínoslo. Necesitamos ir allí ahora- El hombre me coge los hombros y me
zarandea.
No comprendo nada. La chica rubia mira hacia todos lados,
preocupada. Y el señor me mira a mi enfadado. ¿Pero qué culpa tengo yo de que
no sepa dónde está ese dichoso hotel? Si acabo de llegar.
-
Lo-lo
siento, señor, pero…
-
¡NI
PEROS NI NADA! ¡DIMELO!- acerca su cara a la mía y noto como sus ojos empiezan
a arder de rabia.
Tengo miedo. ¿Pero quién es este tio y de qué clase de sueño
a aparecido? ¡Está loco, joder!
-
Ales,
vamos. Ignóralos y te dejaran- Alek me coge la mano y me arrastra con ella.
Voy unos pasos por detrás de Alek, observando a la gente.
Desconcertado.
-
Hola,
guapo, ¿te vienes conmigo?- ofrece una chica con un vestido rojo muy, muy corto.
-
Tienes
los cordones de las bambas desatados- me avisa una niñita pequeña con un helado
en la mano.
-
¿Quieres
un cigarrillo?- me pregunta un hombre poniéndome el cigarrillo en la boca. Lo
escupo.
Mil voces llegan a mí. La calle, que ya era larga en un
principio se hace más larga ahora. Los edificios son altos, bajos, de todo
tipo. Oficinas, librerías, dos edificios interminablemente altos idénticos, una
casa del sigo XV, una cabaña de la prehistoria, un burdel, ¡incluso un
castillo! Personajes de libros, pinocho, cenicienta, el flautista de Hamelin,
niños perdidos, enanitos, pitufos, etc. caminan con gente totalmente normales
(o al menos lo aparentan), abogados, niños que juegan a la pelota, vendedores ambulantes,
policías. De todo, en esta calle
abarrotada de gente hay todo tipo de cosas. Y me empiezo a marear. Me falta el
aire. Todo esto me empieza a asustar, y agobiar. Sudo por todas partes. Mi pelo
está mojado como si me acabara de duchar. No puedo respirar. La gente me habla,
me roza, me coge de la camiseta para llamar mi atención… ¿Qué está pasando aquí?
Cojo el hombro derecho de Alek.
-
Alek…-
me espero a que se gire y pregunte que qué quiero- ¿Podemos salir de aquí por
favor?- hablo lo más alto que puedo, casi no me aguanto ya en pie. Estoy
mareado.
Alek se para en mitad de la calle abarrotada de gente, que no
se detienen ni un momento. Me escruta la cara. Ve mis ojos cansados, el sudor
que resbala por mi cara, mi piel pálida y las pocas fuerzas que me quedan.
-
Estás
fatal, Ales. Ven, entremos aquí un rato.- Y me arrastra hacia el interior de un
local, en cuyo cartel pone “Posada Los Campistos”.
Gracias, es lo que quiero decirle, pero no me salen las
palabras.
El interior del local está adornado como una verdadera posada
de la Edad Media. Con mesas de madera redondas y sillas de madera también. Todo
es de madera, incluso la barra lo es. No hay mucha gente dentro, solo algunos
borrachos que hablan animadamente sobre el culo de la camarera. Alek y yo nos
sentamos en la mesa más alejada de ellos, en una esquina al lado de la ventana.
La camarera, de unos veinticinco años, se acerca a nosotros.
Pero yo no estoy como para fijarme en nada. Tengo unas ganas de vomitar increíbles.
-
¿Qué
os pondré?- pregunta, sin llevar ninguna libreta en la mano ni nada.
-
Un
vaso de agua- pide Alek.
-
¿Y
usted, caballero?- se dirige a mí y me mira extrañada.
-
Lo
mismo.- Y dejo caer mi cabeza sobre mis brazos, que están cruzados sobre la
mesa.
Tan sólo un minuto más tarde vuelvo a escuchar los pasos de
la camarera. Pero no levanto la cabeza. No puedo. Cuando se va cojo mi vaso de
agua y le doy un trago. El resto me lo hecho encima. Está tan fresquita… Me voy
encontrando un poco mejor. El aire que corre por la estancia también ayuda.
-
¿Estas
mejor, Ales?- se preocupa Alek.
-
Sí,
bastante mejor- respondo yo ya sentado correctamente.
-
¿Qué
te ha pasado?-insiste ella.
-
No
lo sé. No estoy acostumbrado a estar rodeado de tanta gente. Ni a tanto ruido.
Me he agobiado y me he mareado. Pero ya estoy mejor. Podemos seguir. No creo
que me vuelva a pasar.
-
Vale.
La gente de aquí parece que es bastante abierta y hablan con todo el mundo.
-
Sí,
la confianza no le falta.
Alek le da un par de sorbos a su vaso y me lo ofrece a mí. Se
lo agradezco, tengo una sed increíble.
-
Voy
a pagar y volvemos a nuestro camino. Que no podemos perder mucho tiempo.
-
Vale.-
Y en este momento me siento mal por ser tan débil.
Alek se levanta, se dirige a la barra y le da unas monedas a
la camarera. Charlan un poco, sólo porque la camarera quiere y Alek no quiere
que sospeche nadie de nosotros. Pero en ese tiempo en el que ella habla, un
chico de unos veintitantos años entra en la posada, bien vestido, con unos
pantalones tejanos y una sudadera azul. Sus bambas deportivas chirrían al dar
el primer paso hacia dentro. Y mis ojos marrones se cruzan con sus ojos grises,
más tiempo de lo normal entre dos personas que no se conocen de nada.