Las hojas secas, producto de este marzo pasado tan seco,
crujen bajo mis pies. A medida que avanzo por el bosque se me hace más difícil
caminar. El peso del cadáver parece ser cada vez mayor. Las raíces de los árboles,
contra más me adentro en el bosque, más anchas y largas son, así que grandes
raíces sobresalen impidiéndome el paso. Y mi tristeza e incredulidad a cada
paso aumenta monstruosamente. Todavía no me puedo creer lo que me está
sucediendo. Todavía no logro creer que mi madre se haya ido y me haya quedado
sólo por completo aquí. No consigo asumir que mi madre me ocultó su enfermedad.
Con un poco de esfuerzo y sacrificios podríamos haber pagado el costoso
tratamiento. Podríamos haberlo intentado… ¿Tan poco confiaba en mí? No. No
quiero pensar en eso. No quiero pensar que mi madre me ocultaba su vida y no
confiaba en mí. Claro que confiaba en mí. Y me quería. Tal vez por eso lo hizo.
No querría que me preocupase. Sí. Seguro que fue eso. Me quería demasiado. O
eso espero…
El quilómetro entero que llevo caminando ha pasado factura a
mi espalda y tengo que detenerme si no quiero derrumbarme aquí mismo. Dejo el
cadáver recostado al lado de un árbol, con la cabeza apoyada delicadamente en
una piedra. Unos metros más allá me siento en una raíz que ha salido de la
tierra con exageración. Me paso las manos por la cara y simplemente lloro.
Lloro sin pensar en nada. Lloro por ella, no por ellos. Lloro porque quiero
llorar. Lo necesito. Agarro la raíz con fuerza y la tierra que está pegada a
ella se desprende en silencio. Un silencio que sólo mis llantos interrumpen.
Paro. Ahora no puedo llorar. No, ahora no. Tengo un cuerpo…, alma, mejor
llamarlo alma, porque eso es lo único que queda ya de ella… Pero… No, es un
cuerpo. No puedo mentirme a mí mismo. Es un puto cadáver que han creado ellos
por su egoísmo y falta de altruismo. Y no estoy dispuesto a dejar que los
asquerosos guardias se ocupen de ella. Quiero enterrarla en la playa, justo en
el lugar donde pasábamos casi todos los días de verano y alguno que otro de
invierno. Esa playa que está tras este bosque. Ese pequeñito golfo… Los
recuerdos de esos días de verano, esos días que estaban a punto de llegar,
hacen que una lágrima vuelva a brotar de mis ojos. Me levanto para no seguir
llorando. No debo hacerlo. Debo seguir adelante.
Coger el cuerpo esta vez no me resulta tan pesado. Al
contrario. Su peso es lo que me da fuerzas para seguir adelante y no caer.
Los minutos pasan y este bosque no acaba nunca. El largo camino
se hacía más corto cuando mi compañera todavía podía sostenerse en pie. Miro el
cielo. El sol comienza a ponerse y las sombras de los árboles se unen cada vez
más a la oscuridad que va inundando el bosque. Y aunque antes pensaba que el
peso no importaba como para detener mi camino, ahora lo retiro absolutamente.
Después de estar media hora caminando mis piernas comienzan a flojear. Pero no
puedo para ahora, estoy demasiado cerca como para…
Lo oigo. El murmullo de las olas me relaja y por un momento
estoy a punto de dejar caer el cuerpo de mi madre al suelo. La sostengo mejor e
intento relajarme unos segundos antes de entrar. Tan sólo unos metros de
árboles nos separan de ella. Tan sólo unos metros de árboles me detienen de los
recuerdos que jamás volveré a vivir i que, con mi mala suerte, iré olvidando a
lo largo de los años. Los olvidaré si consigo sobrevivir…
Hace 5 años, cuando
tenía 12 años. Mi madre tomaba el sol en ropa interior, ya que no disponíamos
de bañadores y ahí nadie nos veía. Yo intentaba nadar en el mar, pues era
difícil con las olas que me mecían en el agua. De una banda a otra del golfo
nadaba, durante horas. No me cansaba. Porque eso simplemente me hacía sentir
vivo. Sin embargo, aquel día, vi una medusa cerca de mí y se acabó el baño por
unas cuantas horas. Entonces me acerqué a mi madre y la susurré al oído:
-
Mamá, ya
sé lo que quiero ser de mayor. Quiero ser nadador. Quiero nadar cien veces al
día esta playa- dije, orgulloso de mi decisión.
-
¿Nadador?
Es una bonita profesión. Pero no sé si eso te servirá de mucho para ganar
dinero para comer.
-
No importa
comer, yo solo quiero nadar- protesté en voz baja.
Mi madre rio y aceptó
mi decisión por entonces.
Que ingenuo era por
ese entonces yo. ¿Ganarme la vida nadando? ¿Pero en que estaba pensando? En
esta vida solo triunfan los más ricos, y tan sólo por influencias e intereses…
Los demás no tenemos ni una sola posibilidad.
Hace 10 años mi pie
luchaba contra el miedo al agua e intentaba tocarla. La arena caliente me
obligaba a darme prisa por superar ese miedo. Pero cada vez que aproximaba mi
pie al agua, un impulso procedente de a saber dónde, me obligaba a retroceder
dos pasos. Y vuelta a empezar. Hasta que una ola más grande de lo normal en
aquella mañana de agosto me pilló desprevenido. El agua fría me bañó las
piernas. Y eso me produjo un escalofrío. Un escalofrío que me gustó. Mi madre
me observaba alegre desde unos metros más allá de la orilla.
-
¡Ya te
dije que el agua no es más mala que la tierra! Incluso a veces los que viven en
ella son más sensatos que los que están aquí.- me gritó mientras yo reía por lo
que acababa de pasar.
En aquel instante esas
palabras no tenían mucho sentido para mí. Yo sólo estaba alegre por haber
superado un miedo tan absurdo como aquél. Poco después descubrí su significado.
Y cuánta razón tenían y tienen… Siempre lo han tenido…, y ahora más que nunca.
Y hace tan sólo un año, me senté con mi madre
en la orilla para charlar. Pocas veces hacía eso, siempre me pasaba horas
nadando. Pero aquel día no me apetecía ni siquiera tocar el agua.
-
Mamá…
¿Alguna vez has pensado en la sinceridad de la gente? ¿Alguna vez has creído en
ella?- le pregunté sin mirarle a los ojos, sino a un punto en el horizonte en
el que el sol y el mar se cruzaban.
Ella quedó extrañada.
Posiblemente no entendió bien mi pregunta. Quizá no me expresé bien.
-
Es decir,
¿alguna vez has pensado que lo que dice la que gente es del todo verdad? La
gente miente mucho, demasiado. Así que creo, al menos yo, que cuando intentan
decir una verdad completa las mentiras los invaden y no le dejan decirla. O tal
vez los demás sean los que no los dejen decirla. Todos ellos. Los que
gobiernan. Los agricultores. Los empresarios. Los mismos niños. Todos
pertenecen a una gran mentira que ni siquiera ellos saben que existe. Eso es lo
malo de mentir, que llega un punto en el que no sabes lo que es de verdad ni lo
que es de mentira. O, tal vez, es simple y pura hipocresía. Da igual. Sigo sin
creen en la sinceridad de nadie. No creo que haya nadie completamente… ¿puro?
¿Tú crees en ello, mamá?
Ella calló, no produjo
ni un solo sonido. Simplemente apretó los labios y se limitó a mirar fijamente
la fina arena. No creía en la sinceridad, lo sabía. Su silencio bastaba para
saberlo. Yo ya había perdido esa creencia hacía un tiempo, pero no me gustó que
una persona como ella también la perdiese. Aunque, al fin y al cabo, eso te
ayuda a sobrevivir, ¿no?
Empiezo a llorar. Las emociones cuando veo el agua de la
playa son demasiado fuertes y no puedo controlarlas. Y me derrumbo. No puedo
más. Doy unos pasos y sólo logro llegar a mitad de camino del agua. Dejo el
cuerpo con cuidado y me dirijo a una roca cercana gateando. Me apoyo en ella y
empiezo a llorar desconsoladamente. Allí nadie podrá verme y tampoco lograría reprimir
las lágrimas por mucho tiempo más. Aún tengo unas horas antes de que den con mi
paradero. Esta playa nadie la visita, y nunca nadie nos ha visto aquí. Así que
no sospecharan que esté aquí. Pero a medida que mis lágrimas van cayendo por
mis mejillas, mis ojos empiezan a cerrarse. No puedo dormirme. Necesito…
necesito hacer algo con ella. No me quedará tiemp… No podr… Mis ojos se cier…
Me despierta un olor intenso y algo acogedor. No sé lo que
es. Es bastante distinto a todo lo que había olido antes. Huele… ¿bien? No lo
sé. Me gusta el olor, pero a la vez lo desconozco. No me fio mucho. Mis ojos se
abren de par en par, alarmados, y me hago una bola en el sitio en el que estoy.
La piedra me tapa de todo lo que haya a mis espaldas. Pero hay alguien allí.
Aunque no lo vea, lo sé. Ese olor lo ha provocado alguien. El cuerpo… ¿Seguirá
en el sitio donde lo dejé? Mi vista se detiene en el trozo de arena donde lo
dejé. No veo muy bien. Se ha hecho de
noche. ¿Cuánto he dormido? Pero no consigo calcular las horas. El alma se me
cae a los pies. O incluso más abajo. Arena. Sólo hay eso. Consigo distinguir
algo entre la negrura. Y es arena. Nada más. Seguro que han sido ellos. ¿Quién
podría ser sino? El tiempo se me ha acabado y los guardias me han encontrado.
¿Qué le estarán haciendo a ella? Ese olor… ¿Vendrá de lo que le estén haciendo?
No puedo más… No pienso dejar que le hagan eso. Aunque ya esté muerta no puedo
permitir que no tenga una despedida como se merece. No quiero ni que la toquen.
Esto ya ha llegado a un límite que no puedo controlar. Menos mal que no he
tenido ningún sueño premonitorio esta vez y estoy más lúcido que nunca.
-
¡NO! ¡PARAD! ¡NI SIQUIERA LA TOQUEIS! - grito,
saliendo de mi escondite y cerrando los ojos para no ver lo que le están haciendo.
Silencio. Como respuesta sólo consigo un susurro del viento.
Sigo con los ojos cerrados. Pero sigo sin conseguir respuesta. Voy abriéndolos
poco a poco. Me espero lo peor. Sin embargo… Sin embargo… ¿quién es? La chica
que me mira sorprendida desde la pequeña fogata que habrá echo ella misma,
¿quién es? ¿Por qué me resulta tan familiar? ¿Por qué tiene el pelo corto? ¿Por
qué tiene el cabello castaño? ¿Por qué es idéntica a la de mi sueño? No… No
quiero que sea ella. Creía que por una vez se habían acabado los sueños premonitorios.
Creía que al menos por una vez iba a ser diferente. Y hoy… Hoy tenía que ser
diferente…
-
Tú… No… ¡TÚ NO PUEDES SER ELLA! ¡ES IMPOSIBLE!
¡NO QUIERO QUE SEAS!
Rompo a llorar. De rabia, de impotencia, de tristeza, de
sorpresa… De todo. Las piernas me fallan y no consigo entender nada. No sé qué
hubiese preferido. Si ellos o ella… Pensaba que los sueños me iban a dejar en
paz de una vez. Casi había conseguido olvidarme de ellos.
Doy una patada a la arena y caigo al suelo. Me siento y me
vuelvo a apoyar en la piedra, esta vez en la otra banda. Me tapo la cara y sigo
llorando.
-
¿De qué chica estas hablando? No sé de qué estás
hablando. Pero tranquilízate. Después enterraremos a tu madre. ¿Quieres un poco
de chocolate caliente?- su voz es monótona y no muestra ninguna emoción. Ni
enfado, ni compasión, ni nada.
Sus últimas palabras me cambian el estado de ánimo. No las
del chocolate, sino las otras. Más bien sus penúltimas palabras. Las que tenían
que ver con mi madre. ¿De verdad quiere enterrarla? Pero no se lo voy a
preguntar. No quiero estropear nada y que después se eche atrás.
-
No sé si me gusta. Nunca lo he probado…
Pero me muero de hambre. No podría negarme a una cosa así. Me
seco las lágrimas con la camiseta y me pongo en pie, intentándome tranquilizar
y haciendo un esfuerzo por no echarme de nuevo a llorar. Ella coge el cucharon
con el que mueve el chocolate y me lo da lleno de un líquido espeso. Le doy un
sorbo. Quema mucho. ¡Muchísimo! Pero me gusta. Tiene un sabor dulce y delicioso.
Noto como baja por mi estómago y me quema. No obstante, ese sabor delicioso se
me queda en la boca y lo saboreo.
-
Está bueno…- susurro.
La chica de pelo corto se acerca a la fogata y se sienta. Me
hace indicaciones de que vaya con ella. Y lo hago. No puedo cometer ningún
error. Ella seguramente sea la única persona que se ofrecería voluntaria para
hacer algo como lo que quiere hacer por mi madre. Así que tengo que ir con
cuidado.
-
Dentro de un rato enterraremos a tu madre. Pero
primero nos acabamos este chocolate, ¿no?
Y esboza una pequeña sonrisa forzada. Sus palabras también
son forzadas. Está actuando. Se nota a mil leguas. No es de fiar. Aunque tenga
la misma edad que yo aproximadamente, tal vez un poco más mayor, y no esté
metida del todo en el asunto, puede que esté compinchada con el dictador. Pero debo seguir con ella si quiero
que me dé tiempo a enterrar a mi madre. Se ha hecho tarde y yo solo no podría
conseguirlo. Además, tiene chocolate y está delicioso.
Nos pasamos un buen rato sin hablar. Sólo comemos. Ella deja
la mirada fija en la fogata. Pero yo no puedo dejar la mente en blanco tan fácilmente,
tengo que estar despierto del todo para que cuando los refuerzos de la chica
lleguen no me pillen desprevenido.
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